En marzo de 2007 viajé Calcuta para participar en un programa social de las Federaciones Española e India de Antiguos Alumnos de Jesuitas. Se trataba de un intercambio donde estudiantes de ambos países pudiesen conocer otras realidades muy distintas a su día a día.
Volé desde Madrid Barajas hasta Londres Heathrow (LHR), con otros 5 compañeros. En la capital inglesa se nos unieron 4 chicas catalanas que volaban desde Barcelona. Allí comenzó realmente el viaje juntos rumbo a Calcuta (CCU). Ambos vuelos los hice con British Airways. La ruta LHR-CCU la operaba con un Boeing 777.
Para poder entrar en la India es necesario solicitar el visado en la embajada india en Madrid. Se puede hacer presencial o enviando el pasaporte por correo postal. En 2007 el precio del visado eran 50€.
Tras solucionar un pequeño problema con la dirección del colegio en la que nos alojaríamos esos días, pasamos el control y descubrimos que nuestras maletas se habían quedado en alguna parte por el camino. Tuvimos que esperar 3 días a que nos llegasen. A cambio nos dieron 250 rupias por persona (de aquella unos 5€) y un sencillo neceser personal.
Puesto que se trataba de un viaje social, no tuvimos la posibilidad de visitar nada de la ciudad. No obstante, Calcuta es una ciudad poco turística. Se calcula, no se puede saber con seguridad, que viven 17 millones de personas, de las cuales aproximadamente 5 no tienen casa ni ningún tipo de recurso. Esa es la primera impresión que tuve al llegar. El nivel de pobreza es altísimo, especialmente en el barrio en el que estábamos, muy cerca del Colegio San Xavier de los Jesuitas.
La gente vivía en la calle y lo mismo comían tirados en el suelo, que se lavaban en charcos en los que jugaban con animales. Por un lado la situación era realmente dura, pero también puedo decir que allí he visto las sonrisas más puras y sinceras, tanto de niños como de adultos. Más bien para mal que para bien, cada persona asume que situación le ha tocado vivir y es feliz con lo que tiene. Las diferencias entre las clases sociales son brutales y creo que ese conformismo/desconocimiento es el que hace que la sociedad no pueda evolucionar.
A pesar de la pobreza, en ningún momento tuvimos sensación de inseguridad. Todo el mundo nos saludaba, especialmente a otro compañero que era calvo y a mi por ser pelirrojo, que le llamaba muchísimo la atención. Siempre con una sonrisa, te daban la mano. No tendrían dinero, pero tenían una calidad humana inmensa.
Nuestro día a día pasaba por visitar escuelas de niños huérfanos o cuyos padres no tenían dinero ni para darles de comer y tenían que vivir en albergues especiales. Llevábamos material escolar (libretas, pinturas, lápices, etc.) desde España y también algo de material sanitario. De todas formas, lo que más agradecían los niños no eran esos bienes materiales, son el hecho de poder jugar con nosotros, cogernos de la mano,… Casi se peleaban por cogernos de la mano y enseñarnos su colegio, su habitación, su clase.
Cantábamos canciones, hacíamos juegos típicos de campamento,… Como eran muy pequeños, prácticamente ninguno hablaba inglés, y nosotros tampoco indi, pero hay veces que los gestos, las miradas y las sonrisas eran más que suficientes para pasar un buen rato. De hecho en algunos sitios nos tenían preparadas hasta pequeños espectáculos de danza tradicional.
En todos los colegios, algunos de ellos en pueblos en los alrededores de Calcuta, nos invitaban a comer. La comida más habitual es el arroz blanco hervido, porque es lo más básico que cultivan allí y los que tienen suerte pueden añadirle alguna verdura, patata y tomate. Todo el mundo come con la mano, porque no tienen agua corriente para lavar los cubiertos, apenas para remojar el plato. Por esa razón en la India siempre todas las cosas de «tocar» se hacen con la mano derecha y la izquierda se utilizar para el aseo personal.
Moverte por Calcuta es un auténtico caos. No hay direcciones en las calles, ni semáforos, ni señales, ni nada. Es la ley de la selva. De hecho mucha gente muere todos los años atropellada en las grandes ciudades. Al principio daba auténtico miedo tener que cruzar la calle, aunque luego te ibas acostumbrando y no quedaba otro remedio. Lo más importante es que cuando comiences a cruzar sigas una línea recta y no te pares nunca. Así los conductores calcularán tu trayectoria y te esquivan. No obstante, muchas veces vale casi más cerrar los ojos y no mirar lo cerca que pasan de ti.
Mi viaje fue bastante diferente a lo que estaba acostumbrado y a lo que va a hacer la gente en la India. Puedo decir que no tuve ni un minuto para hacer turismo, ni tampoco lo necesité, porque lo que me llevé de allí es algo muy diferente y que seguro que se encuentra en pocas partes del mundo. Hubo momentos muy duros, especialmente el día que fuimos a un colegio para niños discapacitados. Imaginaros, niños en la extrema pobreza y encima con una discapacidad. Una de las experiencias más duras de mi vida.
Es sin duda un viaje que me ha marcado, de esos que te ayudan a crecer más como persona. No es un viaje que se pueda recomendar a todo el mundo, pero aquellos que queráis vivir algo diferente, estar en contacto con gente de otra cultura, con otra filosofía de vida, con una sonrisa siempre y continuamente en la cara, probablemente Calcuta sea vuestro próximo destino.